Otro defecto humano afín procede de la concentración
excesiva en lo que sabemos: tendemos a aprender lo preciso, no lo general. ¿Qué
aprendimos de lo ocurrido el 11-S? ¿Aprendimos que algunos sucesos, debido a su
dinámica, se sitúan en gran parte fuera del ámbito de lo predecible? No.
¿Descubrimos el defecto inherente de la sabiduría convencional? No. ¿Qué es lo
que averiguamos? Aprendimos unas reglas precisas para evitar a los
prototerroristas islámicos y los edificios altos. Muchas personas siguen
recordándome que es importante ser prácticos y dar pasos tangibles, en vez de
«teorizar» sobre el conocimiento. La historia de la línea Maginot demuestra que
estamos condicionados por lo específico. Al concluir la Gran Guerra, los franceses
construyeron un muro siguiendo la ruta de la anterior invasión alemana para prevenir
una nueva invasión; Hitler no hizo sino limitarse, (casi) sin esfuerzo alguno,
a rodearla. Los franceses habían sido unos excelentes estudiantes de historia;
lo que ocurrió es que aprendieron con excesiva precisión. Fueron demasiado
prácticos y se centraron de forma exagerada en su propia seguridad. No aprendemos espontáneamente que no
aprendemos que no aprendemos. El problema radica en la estructura de
nuestra mente: no aprendemos reglas sino hechos, y sólo hechos. Parece que
no somos muy dados a elaborar metarreglas (como la regla de que tenemos tendencia a no aprender reglas). Desdeñamos
lo abstracto; lo despreciamos con pasión. ¿Por qué? En este punto es necesario,
como lo es en mis planes para el resto del libro, poner boca abajo la sabiduría
convencional y demostrar que es inaplicable para nuestro entorno moderno, complejo
y cada vez más recursiv. Pero hay una pregunta de mayor calado: ¿para qué está
hecha nuestra mente? Se diría que disponemos del manual del usuario equivocado.
No parece que nuestra mente esté hecha para pensar ni practicar la
introspección; de ser así, las cosas nos serían hoy día más fáciles, pero
entonces no estaríamos aquí hoy, ni yo me hallaría aquí para hablar de ello: mi
ancestro contra factual, introspectivo y profundamente reflexivo habría sido
devorado por un león, al tiempo que su primo no reflexivo, pero de mayor
velocidad en sus reacciones, habría corrido a protegerse. Consideremos que
pensar requiere tiempo y, normalmente, un gran desperdicio de energía; que
nuestros predecesores pasaron más de cien millones de años como mamíferos no
pensantes, y que en ese instante que ha sido nuestra historia y durante el que
hemos empleado nuestro cerebro, lo hemos utilizado para ocuparnos de temas
demasiado secundarios como para ser importantes. Las pruebas demuestran que pensamos mucho menos de lo que creemos, a
excepción, quizá, de cuando pensamos en esta misma realidad.
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